“Algo ahí fuera más allá de nuestro conocimiento del sistema solar conocido, parece estar perturbando a Urano y Neptuno. Una intensa fuerza gravitacional perturba a estos dos planetas gigantes, causando irregularidades en sus órbitas. Esta fuerza sugiere la presencia de un objeto lejano, grande, e invisible, que podría ser el largamente buscado Planeta X.
Las pruebas recopiladas durante los últimos años han conducido a varios grupos de astrónomos a retomar la búsqueda del 10º planeta. Ahora invierten más tiempo en sus observaciones visuales con el telescopio situado en el Monte Palomar, en California. Siguen la pista de dos naves Pioneer, que se aproximan ahora a la órbita del distante Plutón, para comprobar si las variaciones en sus trayectorias les pueden aportar las pistas de la procedencia de esta misteriosa fuerza. Y esperan que el satélite lanzado la semana pasada pueda detectar la emisión de calor de ese planeta, o de lo que sea que hay ahí fuera.
El Satélite Infrarrojo Astronómico fue lanzado el martes por la noche a una órbita polar de una altura de 896 kilómetros desde la Base de las Fuerzas Aéreas Vandenberg, en California. Implica una inversión de 80 millones de dólares apoyada por los Estados Unidos, el Reino Unido y los Países Bajos. Durante los próximos seis a siete meses, el telescopio espera llevar a cabo un amplio sondeo de prácticamente todo el cielo, detectando fuentes de una luz no habitual, sino de una radiación infrarroja, que es invisible al ojo humano y muy absorbido por la atmósfera. Los científicos esperan que este nuevo telescopio descubrirá miles de objetos de emisión infrarroja que habían pasado indetectables – estrellas, nubes esterales, asteroides y, con suerte, el objeto que perturba a Urano y Neptuno.
La última vez que se llevó a cabo una búsqueda tan intensa de los cielos, condujo al descubrimiento de Plutón en 1930, el noveno planeta. Aunque la historia empieza mucho antes, después del descubrimiento de Urano en 1781 por el astrónomo y músico británico, William Herschel. Hasta entonces, el sistema planetario parecía terminar con Saturno.
Mientras los astrónomos observaban a Urano, se percataron de irregularidades en su órbita, por lo que muchos especularon que estaban siendo testigos de una fuerza gravitacional de un planeta desconocido. Así comenzó la primera búsqueda planetaria, basada en las predicciones de los astrónomos, y que concluyó en 1840 con el descubrimiento de Neptuno, casi de forma simultánea por astrónomos ingleses, franceses y alemanes.
Pero Neptuno no era lo suficientemente grande como para ser el único causante de los cambios en la órbita de Urano. De hecho, Neptuno en sí mismo se estaba viendo afectado por un planeta todavía más remoto. A finales del siglo XIX, dos astrónomos americanos, William H. Pickering y Percival Lowell, predijeron el tamaño y ubicación aproximada del objeto que afectaba a Neptuno, y que Lowell llamó el 10º planeta o Planeta X.
Años más tarde, Clyde W. Tombaugh detectó Plutón mientras trabajaba en el Observatorio Lowell en Arizona. Sin embargo, algunos astrónomos pensaron que podría no ser el Planeta X de la predicción. Observaciones posteriores lo confirmaron. Plutón era demasiado pequeño para cambiar las órbitas de Urano y Neptuno; la masa combinada de Plutón y su recientemente descubierto satélite Charon sólo es una quinta parte de la luna de la Tierra.
Cálculos recientes realizados por el Observatorio Naval de los Estados Unidos han confirmado la perturbación orbital de Urano y Neptuno, que el Dr. Thomas C. Van Flandern, un astrónomo en el observatorio, dice que podría explicarse sólo mediante “un planeta sin descubrir”. Tanto él como su colaborador, el doctor Robert Harrington, calcularon que el 10º planeta debería ser entre dos a cinco veces el tamaño de la Tierra y tener una órbita elíptica que lo sitúe unos 8 billones de kilómetros más allá de Plutón – es decir, muy lejos – pero dentro de la influencia gravitacional del Sol.
Algunos astrónomos han reaccionado con cautela ante las predicciones del 10º planeta. Recuerdan la larga, e inútil búsqueda del planeta Vulcano dentro de la órbita de Mercurio. Vulcano finalmente no apareció. No existía. Se preguntan si un objeto tan inmenso como el 10º planeta escaparía al exhaustivo reconocimiento realizado por el doctor Tombaugh, quien afirmaba que no se encontraba en las dos terceras partes del cielo que había examinado. Pero, según el doctor Ray T. Reynolds, del Centro de Investigación Ames en Mountain View, California, otros astrónomos “están tan seguros del planeta X, que creen que sólo falta asignarle un nombre”.
En una reunión científica mantenida el verano pasado, los partidarios del 10º planeta tendían a prevalecer. Se ofrecieron explicaciones alternativas a las de un planeta fuera de nuestro sistema solar. Según algunos científicos, esa cosa de ahí fuera bien podría ser un agujero negro sin descubrir o una estrella de neutrones pasando cerca del Sol. Los defensores del 10º planeta rechazaron estas sugerencias. El material que cae dentro del campo gravitacional de un agujero negro, los restos de una enorme estrella después de su colapso gravitacional, deberían ser detectables por rayos-x, y añadieron que ningún rayo-x había detectado algo semejante. Una estrella de neutrones, una estrella menos masiva que se colapsa a un estado de alta densidad, debería afectar el curso de los cometas, y mencionaron que estos cambios no se habían observado.
Se dio más credibilidad a la hipótesis de que una enana marrón fuera la fuerza misteriosa. Esta es la denominación informal de los astrónomos para hablar de cuerpos celestiales que no eran lo suficientemente masivos como para mantener reacciones nucleares continuas de fusión del hidrógeno en su núcleo y entrar en ignición; quizás como el grandioso planeta Júpiter, no lograron convertirse en estrellas con iluminación propia.
“La mayoría de las estrellas son pares, por lo que no es irrazonable pensar que el Sol tiene un compañero igual. Es más, una enana marrón en su cercanía podría no reflejar la luz suficiente como para ser observada desde lejos”, mencionó el doctor John Anderson, del Laboratorio de Propulsión Jet en Pasadena, California. No obstante, sus fuerzas gravitacionales, deberían producir energía detectable por el Satélite Infrarrojo Astronómico.
Sea lo que sea esta misteriosa fuerza, una enana marrón o un planeta más grande, el doctor Anderson dijo que era “bastante optimista” de que el telescopio por infrarrojo pudiera afinar y que la nave Pioneer pudiese aportar un cálculo aproximado de la masa del objeto. Por supuesto, nadie puede estar seguro de que incluso este descubrimiento pueda definir los límites de nuestro sistema solar”.
Artículo publicado en “The New York Times”
Domingo, 30 de enero de 1983.
Por John Noble Wilford
Idioma original: inglés
Traducción: AlertaTierra.com
Fuente: por cortesía de http://www.yowusa.com
Este artículo fue descubierto por John DiNardo en un microfilm, copia del artículo del New York Times del 30 de enero de 1983, que él mismo buscó y obtuvo en la Biblioteca Pública del Condado de Morris en el año 2004.